Disfrutar de un museo o de una exposición, no solo debe descubrir y aprender. Los museos son también sensaciones. La experiencia de visitar un museo puede dejar en cada uno / una de nosotros impresiones duraderas o profundas basadas en evocaciones, percepciones o emociones.
Hoy queremos visitar los museos y centros de interpretación de nuestro territorio atendiendo a las sensaciones que probablemente nos van a producir. Señalando las características, comunes a varios espacios, que nos permiten sentir muy bien todo tipo de emociones. ¿Lo vemos?
Regresar a la infancia
Todos hemos querido alguna vez regresar a nuestra infancia. Recordamos con ese tiempo en el que disfrutamos despreocupados del mundo que empezábamos a conocer. Nuestro lugar de socialización era el colegio, donde pasamos algunos de los mejores momentos de nuestras vidas y empezamos a forjar nuestra personalidad. Esos recuerdos pueden llegar con el reconocimiento, con la visión de algunos de los elementos con los crecimos. En el Museo de la Escuela Rural en Alcorisa, muchos de ustedes volverán a sentir las emociones de la niñez. Otros conocerán el pasado para comprender mejor el presente. La réplica de una de esas aulas en el estudio de los niños en la España de la posguerra, con los detalles más mínimos, no deja un indiferente.
También provoca emociones en el Museo del juguete en Valdealgorfa. Es una colección de artículos de arte, juegos y tebeos desde los años 50 hasta los años 90 que no solo nos recuerdan el entretenimiento, sino también los sueños del futuro, la curiosidad y nuestra capacidad de creación. Aunque para ilusión, ojos saltones y sonrisas amplias , tenemos el Museo de la magia en Alcañiz. En este espacio sí que regresamos a la infancia, al tiempo en el que todo nos hace más gracia que ahora, cuando todos nos parecían amágicos. Allí nos sorprenderemos de todo y podremos jugar. Dejándonos llevar, seguro que regresamos a la infancia.
Vivir otras vidas
Nuestros deseos no solo pasan por rememorar otra época de nuestras propias vidas. A veces nos imaginamos viviendo otras. En el territorio contamos con museos que nos ayudan a ponernos en el lugar de personas que destacaron por alguna razón. Así, podemos imaginarnos estudiando con entusiasta curiosidad la flora de nuestra tierra, tal como hicieron los botánicos Francisco Loscos y José Pardo Sastrón. El Centro de Interpretación de Loscos y Pardo Sastrón en Castillos no solo nos permite conocer la vida de ambos personajes sino también descubrir una representación de la botánica aragonesa que documenta. Quizá descubrimos nuestra vocación como botánicos y salimos.
O quizás nos acercamos hasta la cercana Calanda y acabamos dirigiendo una película de cine. Entonces seguro que habéis estado visitando el Centro de Buñuel , un museo muy original en el que conocemos las motivaciones y las referencias que llevan a la cineasta universal Luis Buñuel a crear sus obras. Seguro que nos sorprendió. En algún momento os sentiréis como un actor dentro de una película surrealista. Y sin salir de Calanda es posible también sumergirnos en la vida de otra persona que la fama tras el protagonizar un suceso de eco internacional. Vivir en el siglo XVII, según cuenta la tradición y el aseguramiento de las actas notariales de la época, se recuperó su pierna amputada por la intercesión de la Virgen del Pilar. En la Casa Museo Miguel Pellicer, en una reproducción de la habitación en la que se conoció el conocido Milagro de Calanda o en una cocina tradicional aragonesa similar a la que debían ocupar los padres de Miguel. Además, veremos copias de los documentos que se escribieron sobre el milagro, entendiendo la conmoción que causó la noticia en la época.
Ponerse en faena
Cuando pruebas un buen aceite del Bajo Aragón o saboreas un pan de nuestros hornos, después de haber pasado por las grandes extensiones de olivos y los campos de cereal del territorio, quizá te plantees cómo es el proceso de transformación de estos productos. Nos gustaría ponernos en la piel de aquellos que empezaron a tratar los frutos para convertirlos en los tesoros que nos llevamos a la boca.
Alrededor de ellos se desarrolló una ingeniería industrial que nos deja ejemplos como la extraordinariamente bien conservada harinera de Mas de las Matas. El Molino harinero y Alfarda de Mas de las Matas comenzó a funcionar en 1750. Durante los siglos siguientes fue evolucionando, aunque sin perder las estructuras de madera tradicionales, ni siquiera cuando llegó la electricidad. Hoy las máquinas siguen causando sorpresa. Es una visión tan bonita que parece mentira que allí se trabajara, pero enseguida te pones en situación, en cuanto te cuentan cómo se vería el lugar cuando estaba en marcha.
Lugares de trabajo eran también el Molino Aceitero de Cañada de Verich y la Almazara de Jaganta. Excelentemente conservados, entenderéis perfectamente el proceso por el cual las olivas recogidas se convertían en el llamado oro líquido. De hecho, podríais poneros en faena, porque los instrumentos se conservan perfectamente. La Almazara de Jaganta, construida en el siglo XVII y restaurada en 1995, está en perfecto estado y ejemplifica a la perfección el proceso preindustrial de la molturación de la oliva. El Molino de Cañada de Verich, en cambio, cuenta con una prensa hidráulica de principios del siglo XX. Instrumentos de distintas épocas que os ayudarán a conocer la evolución de la fabricación de productos básicos para nuestra historia.
Vivir en otra época
Aunque si lo que queréis es sentir que vivís en otra época, la oferta de museos y centros de interpretación en el territorio ofrece otras posibilidades. Si lo que os va es la historia antigua u os encantan las civilizaciones desaparecidas, os recomendamos recorrer las propuestas del Consorcio Íberos Bajo Aragón. En el CIBA (Centro Iberos Bajo Aragón), ubicado en el Molino Harinero de Alcañiz, encontraréis las claves por las que nuestro territorio y los que le rodean son la zona con más yacimientos excavados de la cultura ibérica. Tanto en este centro como en el Centro de visitantes de Alcorisa podréis poneros en la piel de los antiguos habitantes, viendo los útiles que usaban o el entorno que se fabricaban. Ambos espacios guardan lo encontrado en yacimientos como El Palao, Taratrato, La Guardia o el horno alfarero de Foz Calanda.
Damos un salto en el tiempo para viajar hasta la época medieval. En el territorio nos queda un castillo, símbolo fundamental de aquel tiempo, y está muy bien conservado. El Castillo de Alcañiz sufrió muchos cambios a lo largo de los siglos. Sus partes más recientes, empezando por la fachada renacentista, se han integrado en el Parador Nacional de Turismo, pero la parte más antigua, aquella desde donde administraba la Orden Calatrava, sigue mostrándose casi como entonces. Disfrutaréis del románico de su capilla, de su torre del homenaje y de sus impresionantes pinturas góticas, que reflejan las historias militares y de honor del medievo. Pero si queréis saber más sobre la gente que vivió entonces, fuera de las grandes fortalezas, también podéis visitar el Centro de Interpretación de Urbanismo Medieval de La Ginebrosa. Ubicado en el antiguo horno de pan, sus contenidos expositivos se basan en el propio núcleo urbano con recinto amurallado que, por supuesto, es obligatorio disfrutar con un paseo.
Por último, y aunque evocar este tiempo resulte aún doloroso, no podemos olvidar y tenemos la obligación de entender el negro periodo de la Guerra Civil. En el territorio quedan muchos elementos que nos recuerdan que esta fue una tierra muy castigada por los enfrentamientos. Por ejemplo, se hizo necesario tener refugios para protegerse de ataques desde el cielo. Uno de los que había en Alcañiz se ha musealizado. En el Refugio Antiaéreo de Alcañiz no solo conoceremos más sobre el conflicto, también podremos ponernos en la piel de quiénes sufrieron los más crueles bombardeos. La Guerra Civil Española terminó como casi todas: con vencedores y vencidos. Algunos de estos últimos se negaron a rendirse y se convirtieron en guerrilla anifranquista. La Guerrilla en La Cerollera es un espacio expositivo que nos recuerda el papel de los vecinos que decidieron seguir ese camino o de los que tuvieron que vivir esa presencia en sus localidades. En La Cerollera el jefe de la Agrupación Guerrillera de Levante y Aragón estableció su cuartel general y un campamento escuela para guerrilleros.
Sentir la tradición
Si hay algo que despierta emociones profundas es, sin duda, la tradición. El arraigo, la sensación de compartir algo con una comunidad, la intrahistoria que ciertos símbolos o costumbres tienen en cada uno de nosotros… Recordar a nuestros antepasados es ver aquello que vestían, con lo que iban al campo o celebraban las fechas más importantes. En el Espacio de Indumentaria del Centro Expositivo Pardo Sastrón de Valdealgorfa se pone en valor el vestir tradicional. Allí, nos podemos imaginar en ese tiempo en el que el vestido era sinónimo de pertenencia, cuando cada uno de los elementos del traje tenían sentido, acompañando el paso del tiempo y los principales ciclos de vida.
Otra tradición que levanta pasiones en nuestro territorio es la del tambor y el bombo. La Semana Santa tiene un componente profundamente religioso, como una forma de vivir la fe. Pero también es una costumbre que nos conecta con generaciones pasadas. El sonido del tambor y del bombo es banda sonora de vidas, y correa de transmisión entre abuelos o padres y madres con sus hijos. Y también es pasión, emoción que brota al mundo. Si queréis vivirlo y no son las fechas adecuadas podéis acercaros hasta los Museos de la Semana Santa de Calanda y Alcorisa. Allí no solo verás los pasos que componen una procesión y la indumentaria de las que conforman las cofradías, en el Alcorisa también podremos sentir lo que se siente en la conocida "Rompida de la hora". Suenan los tambores, aunque no sea Semana Santa. Y la pasión se desborda igualmente ...